El comienzo de un nuevo camino: entendiendo y acompañando a mi hijo con TDAH

El comienzo de un nuevo camino: entendiendo y acompañando a mi hijo con TDAH
Cuando acudimos al pediatra con nuestras preocupaciones, ella nos escuchó atentamente y decidió derivarnos al Servicio de Salud Mental Infantil para que evaluaran a mi hijo. Al ser menor de 6 años, no podían emitir un diagnóstico oficial de TDAH, pero los especialistas que lo valoraron no tuvieron dudas al respecto. En cuanto vieron a mi hijo, comprendieron la situación y nos lo comunicaron con claridad.
Recibir esa confirmación fue un momento agridulce. Por un lado, sentí tristeza al saber que mi hijo tenía un trastorno, algo que inevitablemente le dificultaría ciertas cosas en la vida. Nadie quiere que su hijo tenga que enfrentarse a más obstáculos de los necesarios. Pero, al mismo tiempo, experimenté un gran alivio. Siempre había sabido que había algo en él que era diferente, y por fin tenía una respuesta. No era mi imaginación ni una fase pasajera, sino una condición real que podíamos empezar a entender y manejar.
A partir de entonces, comenzó un proceso de citas regulares con el especialista de salud mental, quien hacía un seguimiento constante de su evolución. Como parte del protocolo, le realizaron pruebas auditivas para descartar problemas de escucha y también fue evaluado por un neurólogo, quien supervisó su desarrollo para asegurarse de que no hubiera otros factores en juego. Cada prueba era un pequeño paso más hacia la comprensión de sus necesidades y de cómo podíamos ayudarle mejor.
Además, nos derivaron a Atención Temprana, donde mi hijo comenzó a recibir sesiones semanales de psicología y logopedia. Estas sesiones no solo fueron esenciales para él, sino también para nosotros. Fue en ese momento cuando me di cuenta de cuánto desconocía sobre el TDAH y cómo este podía afectar nuestra vida diaria. Me sentí perdida, asustada y sin herramientas para ayudarle como necesitaba.
Fue entonces cuando decidí buscar información. Empecé leyendo todo lo que encontraba en internet: artículos, estudios, testimonios en foros de otros padres que vivían situaciones similares. Me ayudó mucho ver que no estábamos solos en este proceso, pero a la vez me di cuenta de que había demasiada información y no toda era fiable.
Para obtener orientación más precisa, contacté con una asociación de TDAH, donde pude conocer a otras familias y recibir apoyo de profesionales especializados. Pero, sin duda, la fuente más valiosa de conocimiento fueron los especialistas que trataban a mi hijo. Ellos no solo me explicaban cómo funcionaba el TDAH, sino que también me dieron herramientas prácticas para el día a día. Aprendí que cada niño con TDAH es diferente y que lo más importante era encontrar lo que mejor funcionaba para mi hijo.
A medida que avanzábamos en este proceso, nos dimos cuenta de que no solo se trataba de un diagnóstico, sino de un cambio en nuestra forma de ver el mundo. En casa, fuimos trabajando en lo que los especialistas nos indicaban, pero los cambios no son algo inmediato. Ahora, nueve años después, el proceso sigue en marcha. No es una cuestión de aplicar una estrategia y que todo se solucione de inmediato, sino un camino a muy largo plazo.
Y quiero decirlo con total claridad: la mayoría de los días son batallas. Este proceso ha sido y sigue siendo muy duro. He llorado mucho. Muchísimo. Y aún lo sigo haciendo. Porque aunque hemos avanzado muchísimo, también han llegado nuevos retos. Porque él va creciendo, sí, pero con el crecimiento vienen también nuevas etapas, nuevas dificultades, nuevas luchas. A veces parece que todo vuelve a empezar. Que damos pasos atrás. Que no hay avances. Y eso duele. Frustra. Cansa.
Hemos aprendido a gestionar muchas situaciones mejor y hemos logrado cambios positivos. Sin embargo, aún nos queda mucho por recorrer, tanto a él como a mí. Ser mamá con TDAH también me ha supuesto un reto añadido, porque adaptarme a estos cambios no siempre es fácil. Pero a la vez, todo lo que aprendemos juntos nos beneficia a ambos.
Es cierto que este proceso es como una montaña rusa. Hay temporadas en las que todo fluye y parece que encontramos el equilibrio, y luego llegan momentos difíciles, donde todo se desordena y hay que volver a reajustar. Es parte del camino y algo con lo que he aprendido a convivir.
Y cuando más cuesta arriba se hace el camino, cuando sientes que todo sigue igual y que no hay cambios, hay una frase que siempre me da esperanza: “Lo que se siembra, se recoge.” Es cierto que los avances son pequeños y que muchos días parece que no hay luz al final del túnel, pero créeme, sí la hay. Poco a poco, sin darnos cuenta, todo el esfuerzo va dando sus frutos. Solo el hecho de estar ahí para ellos, de aprender junto a ellos y de hacer todo esto por su bienestar, ya es señal de que habrá mejoría.
Poco a poco, fuimos aprendiendo. La psicóloga que trabajaba con mi hijo fue una guía fundamental. Nos dio pautas claras y prácticas que pude aplicar tanto en casa como en el colegio. Aprendimos sobre la importancia de la rutina, la paciencia y la comunicación adaptada a sus necesidades.
El colegio también fue una parte importante de este camino. Una vez que tuvimos más información, pudimos trabajar en conjunto con los profesores para asegurarnos de que mi hijo tuviera las herramientas necesarias para desenvolverse mejor en el aula. No fue un proceso fácil, pero contar con personas que comprendían su situación hizo una gran diferencia.
Con el tiempo, dejé de sentirme tan abrumada y comencé a enfocarme en cómo podía acompañarlo en este camino. Entendí que con apoyo, paciencia y estrategias adecuadas, mi hijo podía superar muchas barreras. El diagnóstico no fue el final, sino el inicio de un nuevo camino lleno de aprendizaje y crecimiento.
Hoy, miro atrás y veo cuánto hemos avanzado. Pero no quiero romantizarlo: hay días en los que sigue siendo muy difícil. Hay momentos en los que me siento desbordada, en los que las lágrimas vuelven y me cuestiono todo. Sin embargo, ahora los enfrentamos con más herramientas y, sobre todo, con la certeza de que no estamos solos en este camino.