El TDAH no solo toca a uno… nos atraviesa a todos

El Impacto en Nuestra Familia

En nuestro caso, el diagnóstico llegó pronto, cuando mi hijo mayor tenía unos 3 años. Justo acabábamos de tener a su hermano pequeño, así que desde el principio nuestra familia creció en medio de dudas, desafíos… y mucho amor.

Criar a un niño con TDAH ya era un gran reto desde el principio. Su impulsividad era constante. Las rabietas estaban presentes a todas horas. Aún hoy las tenemos, muchas menos, pero más de las que la gente suele imaginar. Y cuando nació su hermanito, todo se intensificó. Fue un desafío tremendo. El mayor demandaba muchísima atención. Era como si no pudiera parar nunca. Recuerdo que para llevarlo a la guardería tenía que ponerle una de esas pulseras extensibles, porque salía corriendo sin previo aviso. Necesitaba supervisión constante y yo, con un bebé en brazos, tenía que multiplicarme.

Con los años, el hermano pequeño empezó a notar todo eso también. Las peleas son frecuentes. El mayor, con su energía inagotable, a menudo termina molestando al pequeño, que no siempre lo entiende o lo tolera. A veces siento que vivimos en una batalla constante, entre el cansancio, la culpa y el intento de mantener la calma.

Y luego está algo que me duele especialmente como madre: la autoestima del mayor. El pequeño ha sido diagnosticado con altas capacidades, y eso ha sido difícil de gestionar para todos. La comparación es inevitable, y mi hijo mayor, que ya lidia con sus propias dificultades, se siente a menudo menos, más torpe, más “fallido”. Y no hay nada más duro que ver a tu hijo pensar que no es suficiente.

Además, el TDAH en casa no llega solo. Con él también convive el TND, la impulsividad, la frustración diaria. Hay días en los que el silencio es casi un milagro. Esos pequeños ratitos de paz se saborean como un regalo. Porque muchas veces, en casa, reina el ruido, el caos emocional y el esfuerzo por contener todo lo que duele.

Hoy en día, ambos hermanos están en terapia conjunta. La rivalidad entre ellos es muy fuerte, y aunque todavía es pronto para ver cómo evolucionan, es otra tempestad más que estamos intentando navegar. Una más que enfrentamos con esperanza, aunque también con agotamiento.

En cuanto a la familia, vivimos en otra comunidad, así que no están presentes en nuestro día a día. Pero cuando nos vemos, tampoco siempre es fácil. Algunos aún no entienden del todo qué es el TDAH, o creen que exageramos. Y muchas veces todo lo que hemos trabajado durante semanas se desmonta en un fin de semana con la excusa de que «le ven poco». A veces lo comprendo, pero otras me duele. Porque cuando volvemos a la rutina, somos nosotros —y él— quienes pagamos las consecuencias.

Aun así, seguimos aprendiendo. Como familia, estamos creando poco a poco una forma de convivir más consciente, más empática. No es fácil, no es perfecta. Pero es nuestra. Y cada paso que damos juntos, aunque sea pequeño, cuenta.

“Cada paso que damos, aunque sea pequeño y entre tormentas, nos acerca a un hogar con más comprensión y menos culpa.”

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